Vida apóstolica

Sacerdote Misionero

“Como el Padre me envió, así os envío yo” (Jn 20,21), esta fidelidad al mandato de Jesucristo implica, como fundamento de nuestra vocación misionera. La misión universal de la Iglesia nace de la fe en Jesucristo[1]. Si se falsea esta fe en Jesucristo, la misión quedará adulterada y ya no será “misión de la Iglesia”. Por el contrario, la recta fe en el Verbo Encarnado es la piedra miliar sobre la que se asienta todo el dinamismo de la misión”[2].

“El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación ‘hasta los confines de la tierra’, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles”[3].

“El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. […] Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella (Ef 5,25)[4].

“No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios.”[5].

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[1] Cf. Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero Redemptoris missio, N 4.

[2] Directorio de Misión Ad Gentes, N 24.

[3] Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, Concilio Vaticano II, N 10.

[4] Directorio de Misión Ad Gentes, N 199.

[5] Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero Redemptoris missio, 7 de diciembre de 1990, 86.